En 1986, Astor Piazzolla era ya una figura de reconocimiento mundial. En sus espaldas cargaba, a veces con orgullo, a veces con pena, un peso absurdo: fue el mayor renovador del tango, lo cual le valió enemigos encendidos en su tierra, y panegiristas incondicionales en el exterior, como para cumplir aquel designio bíblico de que «nadie es profeta en su tierra».
El marplatense hacía con esa música lo que faltaba hacerse: extraerle al tango su fabulosa riqueza musical, sacándolo del la categoría de mero artefacto bailable, y a la vez, conservándole su esencia áspera, sucia, maleva.
Tras esa meta, Astor comenzó como bandoneonista de Aníbal Pichuco Troilo y terminó en las grandes salas de conciertos del mundo, pasando por ser alumno de Nadia Boulanger (antes lo había sido de Alberto Ginastera) y formando grupos de diversas medidas y esencias. Sí: Astor probó con tríos, cuartetos, octetos, nonetos. Con instrumentos puros o enchufados. Con todos, hizo maravillas. Pero conservó una preferencia: el quinteto, formación con cual logró quizá sus más altos momentos.
Por eso Tango: Zero Hour es un disco de depurada madurez. Editado cuatro años antes de su accidente cerebral, formó parte de dos placas consecutivas que grabó con Kip Hanrahan como productor en el sello Nonesuch-American Clavé (la otra, La camorra, homenajeaba la edad antigua tanguera).
En este álbum aparecen algunas viejas partituras a las que Piazzolla no se cansaba de perfeccionar y otras flamantes y profundas, no exentas de humor y vigor. Lo acompaña una selección de músicos que hicieron de la postrera etapa piazzolliana una leyenda: Fernando Suárez Paz (violín), Pablo Ziegler (piano), Horacio Malvicino padre (guitarra) y Héctor Console (contrabajo).
El periodista Fernando González, en el sobre interno del CD, define con exactitud esta formación: «El quinteto ya reflejaba el espíritu de su líder. Este era un grupo cosmopolita y reo, erudito y apasionado, elegante pero también muscular. A veces en el contexto de una misma interpretación, Piazzolla y su grupo podían sugerir por momentos un conjunto de cámara, y en otros sonar con la fuerza de una orquesta de club de barrio».
En cuanto al material, sorprende que un Astor ya proclamado en Europa y Estados Unidos, sitios donde quizá el tango siempre merezca una presentación extramusical, ofrezca en el disco los ingredientes de su estilo propio, el tango del futuro. El maestro lo reduce a una fórmula genial: «tango + tragedia + comedia + kilombo: nuevo tango». Con el recitado de esas palabras se divierte el quinteto de lujo del disco, en la introducción a la Tanguedia III que abre el disco. Suntuosa y elegante, esta pieza tiene un poco después su correlato con Milonga loca que se llamó Tanguedia II en la banda sonora de El exilio de Gardel, donde se oyó por primera vez, más fresca y veloz.
En Tango: Zero Hour hay espacio para el homenaje que el cascarrabias Astor dedicaba a los intérpretes con que elegía rodearse. De esa línea destacan el exigente Concierto para quinteto, con 9 minutos de Piazzolla en estado puro (el de las melodías poderosas y expresivas, el ornamento de los ruidos, la improvisación de velado corte jazzero, la furia y la angustia) y Contrabajísimo, más poético, donde se destaca claro el gran Console, a quien el compositor quería especialmente.
En la legendaria Milonga del ángel, Piazzolla hace que el piano, el violín y la guitarra vayan haciendo un hueco profundo de sonidos melancólicos, para que luego sobre ellos su bandoneón impar haga el foso de hondura final. Michelangelo ’70, un clásico de su etapa electrónica, tiene acá más oscuridad, quizá por la coloratura propia de estos instrumentos, pero también porque los músicos le ponen más sangre de la habitual a sus notas. Mumuki, el tema final, tiene aires de epopeya y un inicio al mando del viejo Malvicino que resulta de antología.
El catálogo piazzolliano es inmenso y por suerte no deja de incrementarse, al compás del prestigio imparable del músico en el mundo. Si bien es difícil contar con la perspectiva completa, no sería raro nombrar a Tango: Zero Hour como la mejor grabación de Astor de todas las que hizo, incluso por encima de aquellas con Agri como violinista o las de los '70.
«Es ésta con seguridad la mejor grabación que hice en toda mi vida.
Pusimos nuestras almas en este registro».
Es palabra de Astor.
Pusimos nuestras almas en este registro».
Es palabra de Astor.
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Espero que les guste, besos y hasta la próxima!
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